Eugène Atget

2 envíos / 0 nuevos
Último envío
Eugène Atget

 

 

Eugène Atget, el documentador convertido en artista

 

 

 

 

Eugène Atget pretendía crear “documentos para artistas” con su vieja cámara de cajón, pero acabó siendo la quintaesencia del fotógrafo moderno.

Las fotografías de Eugène Atget son, a primera vista, bastante sencillas, casi simplonas: calles con edificios viejos, estatuas, escaparates, ropavejeros… De pronto aparecen en la colección un portón majestuoso o un bello jardín.

Las imágenes de Atget no soportan durante mucho tiempo una mirada poco informada a la que le pueden resultar, incluso, fotografías aburridas.

Sin embargo esta percepción es fruto de la tiranía de la iconicidad. Es muy fácil reducir una fotografía a su mera apariencia. Pero las fotografías de este francés esconden muchísimo más. De hecho contienen un mundo entero, el mundo de Jean-Eugène-August Atget.

 

 

 

 

 

El documentador

 

Su nombre completo era Jean Eugène Auguste Atget. Fue uno de los más famosos fotógrafos franceses de finales del siglo XIX. Nació en Libourne, cerca de Burdeos, en 1857. A la edad de 7 años se quedó huérfano y fue criado desde entonces por su tío. En su juventud tuvo múltiples ocupaciones. Fue marinero y grumete en barcos de pesca y se dedicó durante algún tiempo a la actuación. Formó parte de una compañía ambulante de teatro. No le encargan los papeles principales, debido a su no muy agradecido físico y a su fuerte acento regional.

Atget se instaló en París en 1890. Comenzó a realizar retratos como una manera de ganarse la vida a la que pronto le vio los beneficios. Sus fotografías en los alrededores de Montparnasse eran muy cotizadas entre los artistas de París. Publicitaba su trabajo como "documentos para artistas" ya que él no consideraba sus imágenes como arte.

En París intenta ser pintor, pero de nuevo no tiene suerte. Fue en esta última escaramuza donde detectó una necesidad concreta: la falta de referencias para escultores, grabadores, pintores e incluso artesanos. ¿De dónde podían obtenerse para crear decoraciones en un plato, diseñar una tapicería o como meros ejercicios de dibujo? Atget encontró su nicho de mercado y lo aprovechó.

Se convierte en fotógrafo que suministra material a los pintores de estudio de la época, los cuales incorporan a sus cuadros los detalles, flores, objetos y árboles que registra con su cámara.

Inició entonces su trabajo de “referencias fotográficas” que vendía de puerta en puerta. Con el tiempo instituciones como bibliotecas y museos también se convirtieron en sus clientes. Sin embargo nadie daba mayor importancia a este pobre artesano de la imagen.

Asume su trabajo con modestia. Sin embargo al revisar sus fotografías pronto se descubre en su obra un hombre de mirada indagatoria, impregnado de un gran orden y una coherencia que supo mantener a lo largo de los años.

Eugène Atget se interesó desde muy joven por los trabajadores y sus problemáticas. Los pequeños comerciantes se estaban viendo afectados por la continua modernización y la proliferación de grandes tiendas. Quiso reflejar todo esto y pronto se dedicó a la fotografía de manera profesional.

También trabaja para ciertos organismos oficiales como la Comisión del Viejo París y la Biblioteca Histórica de la Villa de París, para los que realiza diferentes series: París pintoresco 1898-1900, El viejo París 1898, El arte en el viejo París 1900, La topografía del viejo París 1901, París Pintoresco 1910.

 

 

  

 

 

 

Chapado a la antigua

 

Utiliza una cámara de fuelle con placas de vidrio de 18 x 24 cm. con el objetivo desplazado, para evitar que las verticales se distorsionen, lo que provoca la aparición de bordes negros en la parte superior de sus fotografías.

La cámara que utiliza pesa unos 20 Kgs. y aunque ya existían los negativos flexibles, él nunca los utiliza. Utilizó esta cámara hasta el final de su vida.

Por supuesto que le fueron ofrecidas cámaras portátiles como las Leica, pero siempre prefirió su instrumental anticuado. Por un lado no sabía (ni se interesaba en) usar otra cosa y por otra también las veía con desconfianza. Pensaba que actuaban más rápido que su pensamiento.

Viaja en autobús o en metro. En un cuaderno suyo que se conserva, figuran las direcciones de sus clientes con la parada de metro más próxima.

Sus fotografías están realizadas a primeras horas de la mañana (se le solicitaba que no aparecieran personas) ya que el interés oficial se orienta hacia los monumentos históricos.

El tipo de negativo de placa empleado por Atget era de muy baja sensibilidad, por lo que los tiempos de obturación eran bastante largos. Sus retratados requerían estar un buen tiempo en la inmovilidad para poder aparecer razonablemente nítidos en la imagen.

Retomando el asunto de los tiempos de obturación largos, esto también explica la ausencia de personas en sus vistas callejeras. Por una parte prefería el trabajo matutino sin interrupciones ni curiosos. Esto le permitía evitar la interferencia de los transeúntes, pero también dotó a muchas de sus imágenes de una atmósfera matinal y de ensueño. Son extrañas estas vistas de patios y calles desiertas y, al mismo tiempo, bañadas de luz. Resultan, en cierta manera, hasta surrealistas.

 

 

             

 

 

 

Recorre uno a uno los diferentes barrios de París. Amplía su objetivo de reflejar los monumentos históricos a todo edificio o lugar que le despierta interés. No está interesado en el Gran París de Hausmann, él está interesado en el París que cambia constantemente.

Atget no hacía instantáneas ni levantaba imágenes al vuelo: su propia cámara se lo impedía. Sus fotografías eran realizadas con gran paciencia y sin prisas. Incluso sus numerosos retratos distan de ser imágenes espontáneas. Son fotografías posadas. Esto también indica que sus retratados no solamente habían accedido a ser fotografiado, sino que habían sido increíblemente pacientes y colaboradores.

De modo que Atget contaba con las cualidades necesarias para conectar con sus sujetos y establecer una relación de confianza. No se encuentra en su trabajo una sola estampa donde el sujeto sea capturado a regañadientes, ni siquiera en el caso de las prostitutas.

Realiza una cantidad ingente de fotografías desde 1898 hasta 1925, año de su muerte. Realizó más de 10.000 instantáneas entre retratos y lugares de interés turístico en París. En la actualidad sus imágenes de la capital francesa son muy reconocidas y valoradas. Mostró a la perfección el viejo París, sus edificios antiguos, sus palacios y sus parques. Son numerosos sus retratos de vendedores ambulantes, traperos, feriantes o prostitutas.

Al final de su vida se sugestiona con el París que está desapareciendo, hay textos en sus fotografías que indican la próxima desaparición de los elementos que figuran en las mismas.

Debido a un cúmulo de circunstancias, sus fotografías analizadas hoy reflejan algo que es posible que él ignorase en el momento de realizarlas: Un París que ya no existe, la ausencia de personas o más bien la presencia fantasmal de las mismas.

Sus fotografías no tratan de representar ningún acontecimiento, sino que son visión frontal, una mirada fría y aséptica del objeto de la fotografía tal y como es.

Este conjunto de elementos hoy nos transmiten una sensación de nostalgia y de drama, próxima a mensajes sugeridos por otros artistas nada ingenuos como puede ser Giorgio de Chirico.

 


 

 

 

 

El surrealismo

 

Estas atmósferas tempraneras y fotografías desiertas no pasaron desapercibidas por un fotógrafo modernista de gran influencia: Man Ray.

El americano supo apreciar en muchas de las vistas urbanas de Atget paisajes urbanos que implicaban una auténtica alteridad de la existencia cotidiana, un genuino surrealismo.

Las abigarradas calles parisinas lucían desiertas, como escenas cuasi post-apocalípticas. La neblina matutina intensificaba el efecto onírico de las escenas. Ray logró que se publicarán algunas fotografías de Atget en La Révolution Surréaliste (1926).

 

 

 

 

 

Abbott entra en escena

 

Pero el ojo de Man Ray no fue el único en ser atrapado por el modesto creador de documentos: la asistente del fotógrafo, la joven y talentosa Berenice Abbott, quedó prendada con la obra del modesto francés.

Abbott es una pieza fundamental en el puzzle atgetiano. La fotógrafa compró con la ayuda de Julien Levy 1,300 de los 2,000 negativos y unas 5,000 copias que dejó el francés. También a Abbott se le deben los últimos retratos de Atget.

No es descabellado expresar que sin la intervención e interés de Berenice Abbott por rescatar los negativos y difundirlos en Estados Unidos, el maestro Eugène habría pasado desapercibido.

Este acervo acabó en la prestigiada colección del Museum of Modern Art (MoMA) en Nueva York que en 1968 adquierió 10.000 de sus negativos y donde volvió a cautivar el ojo de otro entendido: nada menos que John Szarkowski, el mítico de curador de fotografía en la catedral del arte moderno. el MOMA de Nueva York.

 

 

 

 

 

 

Lo que vió Szarkowski

 

Después de Abbott, John Szarkowski se abroga el papel de gran defensor/impulsor de Atget. El curador le dedica al francés una exposición en solitario en el MoMA (1969) y dice del documentalista: “Lo que sin duda fue Eugène Atget es un fotógrafo: en parte cazador, en parte historiador, en parte artesano, ladrón de imágenes, maestro, taxonomista y poeta. La obra que creó en sus treinta años de profesión tal vez aporta el mejor ejemplo de lo que debería ser un fotógrafo.”

Szarkowski encontró en la obra de Atget una interesante contradicción: una enorme diversidad de géneros y motivos pero un sujeto fotográfico único. Variedad y unidad contrapuestas.

Por un lado halló vistas topográficas (tan típicas del siglo XIX), luego escenas urbanas de calles y callejones, parques, patios, porterías, tiendas. La colección incluía una gran cantidad (y variedad) de imágenes arquitectónicas incluyendo interiores de palacios, casas burguesas pero también tugurios de vagabundos. Las numerosas rejas, aldabas y escaleras iban ampliando el catálogo.

 

 

   

 

     

 

 

El curador del MoMA descubrió ferias con tiovivos y juegos mecánicos. Pero no todo era urbanismo. El catálogo incluía un interesante número de carruajes modestos y de trabajo.

La colección tampoco privilegiaba exclusivamente a las vistas ni los sujetos inanimados. Sus retratos incluían a pequeños comerciantes como ropavejeros, paragüeros, repartidores de pan pero también a pordioseros y prostitutas.

Si la premisa inicial de crear documentos para artistas resultaba tan modesta como razonable, también es cierto que Eugène/autor comenzó a colarse pronto. Sus imágenes arquitectónicas rebasaron la frontera de lo documental para adentrarse en los terrenos de lo lírico. Dejaron de ser meras referencias para convertirse en interpretaciones visuales derivadas de las decisiones de su autor.

Y si bien una simpática aldaba, un regio pórtico o el interior de una mansión burguesa podían ser de gran utilidad a un grabador, escultor o dibujante ¿qué hacían entre sus sujetos fotografiados prostitutas, oficios menores y los empobrecidos habitantes de las periferias parisinas? Ninguno de estos motivos era de interés de los artistas. Le fascinaban solamente a una persona, a un artista con el ojo lo suficientemente agudo como para valorarlos: a un genuino fotógrafo.

Atget dejaba las vistas topográficas para examinar la tipología humana en los oficios menores. Estos trabajos están en una línea de interés sociológico similares a los de August Sander y las fotografías atgetianas de las barriadas no se encuentra demasiado alejadas de los trabajos de Jacob Riis, Herman Drawe o Lewis Hine.

Pero lo sociológico no para ahí: Atget es un cronista del París de principios del siglo XX donde su documentación trasciende a la callejuela o el edificio para convertirse en un genuino corpus de registro histórico. Resguarda los vestigios del pasado artesanal de un París que cambiaría irremisiblemente después de la primera gran guerra. Atget crea el primer magno proyecto registral de forma metódica, sistemática y lo que es aún más destacable, firmado por un autor. El documentalista es transmutado, irremisiblemente, en autor.

 

 

   

   

 

 

Variedad en la unidad

 

Pero de toda la variedad de sujetos descrita anteriormente a Szarkowski e incluso del trabajo etnográfico/tipológico de Atget, saltó algo a la vista del curador tras examinar el conjunto de imágenes. Todas tenían un hilo conductor: París.

Atget crea una compleja mixtura entre fotografía objetiva y subjetiva. Ciertamente nos enfrentamos a imágenes con un carácter registral, pero al observar la obra del francés queda de manifiesto que no estamos viendo un París in genere sino el París de Eugène Atget.

La fotografía del galo no es la de un turista, la de un outsider, está hecha desde adentro. Se nota en sus retratos. Mientras que los periodistas y sociólogos (Riis y Hines, respectivamente) usaban la cámara como dedo inquisidor, Atget no denuncia, sino muestra. Es más: casi podría decirse que comparte.

El autor era un individuo extraído de las clases populares, de modo que sus fotografías de pequeños comerciantes y habitantes de la periferia se hacen de tú a tú, en un plano de igualdad y no desde un pedestal condescendiente.

Si Jacques-Henri Lartigue mostraba su realidad, la del Joie de Vivre de la Francia holgada y despreocupada, Atget hacía lo propio con el arrabal y el peladaje, pero en ambos casos nos enfrentamos a una mirada inocente, en la primera la de un jovencito rico, en la segunda la de un hombre cándido.

Esta forma personal, de insider, de hacer fotografía es la misma con la que Atget se acerca París. No es la visión de un excursionista, de hecho se negó a captar la Torre Eiffel y otras atracciones típicas de la ciudad luz. Nos lleva de la mano por las vecindades, las verdulerías, los patios, esos pequeños rincones casi personales, apropiados, donde parece decirnos: “¡Mira, mira!”

De modo que Atget tuvo un único motivo, la ciudad de la que estaba enamorado, en toda su complejidad, con planos de ubicación pero también de expresión, de lejos, de cerca, lo grandilocuente y lo mundano, lo hermoso pero también lo grotesco. La actriz Valentie Delafosse Campagnon fue la amante de Atget durante treinta años, pero la auténtica esposa del fotógrafo, su verdadera compañera, fue París: Aceptaba al amor de su vida de forma incondicional, con sus virtudes y defectos. Y la retrató insaciablemente.

 

 

   

 

 

 

Atget Artista

 

Eugène se consideraba un photographe d’art, es decir, un fotógrafo de obras de arte, pero no un artista él mismo. Veía a sus fotografías como referencias documentales. Incluso en su puerta podía leerse su giro comercial “Documentes pour artistes”.

Sin querer o poder admitirlo el propio Atget, era un artista por derecho propio. Ciertamente que nada dejó dicho ni escrito de su intención artística, no formuló un manifiesto. Sin embargo Atget tiene todas las particularidades (y peculiaridades) del artista: trabajador independiente, estilo reconocible y coherente, creador personal, aunque vende su trabajo a instituciones él impone su propia pauta autoral.

Eugène Atget se convertía de este modo en la quintaesencia del fotógrafo: ojo avizor, ávida curiosidad, saber ver más allá de la superficie, tener un discurso concreto con una narrativa. No es raro que Atget haya influido a generaciones enteras de fotógrafos que lo sucedieron. Joel Meyerowitz lo califica como “el fotógrafo de los fotógrafos”.

 

 

El problema Atget

 

No ha faltado quien diga que Atget recibe un culto injustificado y que este modesto creador de vistas y referencias es producto de la validación del establishment de la cultura moderna y post-moderna y sus estructuras institucionales enaltecedoras/denigradoras, instituidas en el marco de museos, bibliotecas, etc.

Para algunos, si Jacques-Henri Lartigue fue el fotógrafo vernáculo-infantil venido a más por capricho del propio Szarkowski, Atget encarna una suerte de escoria artística: el artesano que relega la fotografía a ese denigrante papel de sirvienta de las artes que Baudelaire espetaba. Sin embargo es factible que el ataque haya sido dirigido más hacia John Szarkowski y su envidiable posición de sumo pontífice en el mundo de la cultura fotográfica que contra los propios Lartigue o Atget.

Otros, con una visión aún más miope aducen que el sujeto fotográfico (París) era suficientemente bello y trascendente por sí mismo como para que las fotografías de Atget pasaran a segundo término. Pero como ya expusimos, Atget no solamente retrató la mejor cara de París, de hecho pareciera ser que le fascinaba aún más el peor ángulo de su amada Ciudad Luz.

Existen algunos detractores que critican los errores técnicos de Atget: descuida las distorsiones provocadas por el súper gran angular, deja que se introduzcan en el recuadro fotográfico de edificios o fachadas algunos elementos que estorban, permite la entrada de luces parásitas, desatiende algunos aspectos durante el procesado e impresión por citar algunos.

Pero quizá lo que más ha complicado a muchos estudiosos serios es el problema que plantea Atget: si un autor no tiene una intención artística ¿su trabajo puede ser calificado de arte? ¿No es acaso la intención la diferencia crucial para que una pieza sea arte o no? Si se puede calificar de arte a las fotografías de Atget entonces ¿Dónde quedan Marcel Duchamp y su arte conceptual? ¿Cómo caben en este marco las enigmáticas imágenes atgetianas? ¿Existen entonces otras características para que algo se considere arte al margen de la intención y deseos de un autor?

Estas y muchas otras preguntas forman parte de eso que se ha dado en llamar El Problema Atget.

 

 

 

 

 

Aportes

 

Eugéne Atget es el precursor del documentalismo lírico. Otro gran maestro de la fotografía, Walker Evans, lo expresa con gran precisión:

 “Su característica general es una comprensión lírica de la calle, la observación adiestrada, un gusto especial por la pátina y ojo para el detalle. Y, por encima de todo, reina una poesía que no es «la poesía de la calle» o «la poesía de París», sino la proyección de su persona.”

Su obra rastrea las transformaciones urbanas y se convierte en un vaso comunicante para la fotografía topográfica decimonónica y el documentalismo artístico tan propio del siglo XX.

Como escribe Gerry Badger: “…Atget se halla en el corazón de lo que conocemos por fotografía. Es un puente entre la fotografía del siglo XIX y la del XX, entre la disciplina documentalista y la moderna fotografía artística, entre el medio vernáculo y la fotografía plenamente consciente.”

Atget posee una notable visión y resulta de gran interés que es un fotógrafo humanista aún cuando en sus imágenes pudiera no aparecer una persona. Sin embargo su retrato de la persona también se plasma en las desiertas calles, avenidas, escaparates, pórticos y huellas de París, como testigos de la actividad humana. Sus fotos son una huella de la propia huella del hombre que cicatriza en la faz urbana. En otras palabras, las fotografías de Atget son un índex del índex.

Una o dos fotografías aisladas de Atget tal vez no nos lleven demasiado lejos; es necesario revisar su obra en conjunto. Es, visto desde la altura, un trabajo integral, hecho a lo largo de los años con una sorprendente conexión tanto discursiva como narrativa.

 

 

   

 

 

A manera de conclusión

 

La apremiante curiosidad visual de Eugène Atget es propia de un hombre apasionado y con una visión personal y sin compromisos. Sus miles de fotografías podrían parecer un archivo de París y de su gente, pero son en realidad un repositorio de las numerosas percepciones y miradas a un motivo que le arrebataban el alma a un marinero, actor, pintor, fotógrafo pero, por encima de todo, artista.

El llamado fotógrafo del “viejo París” inaugura, pese a su aparente chochez, una época totalmente nueva y de juventud arrolladora. En su cámara 18×24 y objetivo angular, debajo del virado del cloruro de oro se esconde una manera totalmente nueva de observar el mundo y plasmarlo por medio de la fotografía. Con justicia puede decirse que Eugène Atget, el supuesto vetusto, es el primer fotógrafo genuinamente moderno del siglo XX, y efectivamente, como dijo Szkarkowski, la quintaesencia de lo que podría significar ser fotógrafo.

Atget fue un hombre muy excéntrico y malhumorado. Con 50 años renunció a comer cualquier cosa que no fuera pan, leche y azúcar. Estuvo en contacto con personalidades como Man Ray, Picasso o Berenice Abbott. Gracias a ellas el trabajo de Eugéne Atget ha llegado hasta nuestros días y ha sido reconocido.

La muerte del fotógrafo en 1927 pasó desapercibida para la mayor parte del público de su época.

 

 

Eugène Atget por Berenice Abbott:

 

Atget no fue un esteta. Era una pasión dominante lo que le empujaba a registrar la vida. Con la lente maravillosa del sueño y la sorpresa, “fue” (es decir, fotografió) prácticamente todo lo que le rodeaba dentro y fuera de París, con visión de poeta. Como artista, veía en abstracto y yo creo que consiguió hacernos sentir lo que veía. Fotografiar, registrar la vida, dominar sus temas, fue tan esencial para él como lo era escribir para James Joyce o volar para Lindbergh…

 

Se ponía en pie con el alba y, después de estudiar la luz, partía, diríase que en dirección a todas partes. Su instinto le llevaba a sitios muy extraños, donde aparentemente no había nada de interés. (…) Yo tuve el honor de fotografiarle poco antes de su muerte; no llegó a ver el resultado. Murió en agosto de 1927. Y yo creo que con su misión cumplida.

 

Era un hombre viejo, con cara de actor cansado. Trabajaba rodeado de una cantidad fabulosa de documentos, placas, pruebas, álbumes, libros. Pero ¡qué documentos! Durante 30 años, Atget ha fotografiado todo París, con la maravillosa intención de hacer soñar y sorprender. Estos no son los álbumes que un artista deja a las librerías, sino la visión que un poeta lega a los poetas. Sin ceder nunca a lo pintoresco o lo meramente anecdótico, Eugène Atget ha enfocado a la vida (…) Lo ha visto todo con una mirada que merece los epítetos de sensible y moderna. Su espíritu era de la misma raza que Henri Rousseau, el Aduanero, y su perspectiva del mundo, determinada por un medio aparentemente mecánico, es también la visión de su alma…

 

La ciudad muere. Se dispersan sus cenizas. Pero la capital soñada que creo Atget alza sus baluartes inexpugnables bajo un cielo de gelatina. El laberinto de calles sigue su curso como un río. Y los cruces siempre se prestan a citas patéticas.

 

 

 

Fuentes:

http://oscarenfotos.com/2012/06/03/eugene-atget-el-primer-fotografo-moderno/     Autor: Oscar Colorado Nates

http://www.elangelcaido.org/fotografos/atget/atget.html

http://www.fotonostra.com/biografias/eugeneatget.htm

http://sientateyobserva.com/2011/06/06/citas-de-y-sobre-eugene-atget/

 

Para saber más:

http://www.moma.org/collection/artist.php?artist_id=229

http://www.exposicionesmapfrearte.com/eugeneatget/

 

Vídeos:

https://www.youtube.com/watch?v=ZBHgTk7qJ80

Una vez más, hay que estar muy lúcido para entender todos estos los comentarios sobre la obra de un fotógrafo....

...por eso lo mejor es relajarse....leerlos y dejarse llevar por el texto y las fotos....

Y una vez más, enhorabuena y muchas gracias Jose. Estas cosas se agradecen mucho, ¡¡¡¡aunque algunos comentarios no haya quien las entienda!!!!...