Josef Koudelka

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Josef Koudelka

 

 

 

Josef Koudelka

 

 

"Podría haber tenido una vida más formal como ingeniero, pero me di cuenta de que no quería morir de aburrimiento a los 30 años. Lo que quería saber de esa profesión ya lo sabía, así que cogí una cámara con el instinto del que sabe que jamás dejará de aprender. Y así ha sido".

 

 

Josef Koudelka nace en la región de Moravia, Checoslovaquia. Se interesa por la fotografía a los doce años gracias a un tal Sr. Dycka, panadero de oficio, fotógrafo aficionado y amigo de su padre. Iba para ingeniero aeronáutico, pero un vecino el panadero le enseñó una cámara y aquello provocó un cortocircuito en aquel muchacho checoslovaco que tenía en los ojos la expresión más salvaje del barrio. Cuando andaba enredando en las entrañas de un avión, sintió un calor extraño. Eso que algunos llaman revelación y que se parece a un golpe de azar inconcreto.

 

Sus primeras fotografías son de su entorno familiar y para realizarlas se vale de una cámara de baquelita 6 x 6. En 1956 se traslada a Praga para comenzar la carrera de ingeniería aeronáutica. Durante los años de estudios conoce al fotógrafo Jiri Jenicek, quien le anima a reunir una serie de fotografía para realizar su primera exposición en 1961 en el Teatro Semafor de Praga. Durante la inauguración conoce a Anna Fárová, amiga y colaboradora a lo largo de toda su vida.

 

Durante los años sesenta compagina su trabajo de ingeniero en Praga y Bratislava con la fotografía, que cada vez le ocupa más tiempo. Así, colabora esporádicamente con la revista Divadlo (teatro) y su interés por la música tradicional y de los rroma le lleva a hacer de los gitanos su principal sujeto fotográfico. Koudelka mostró en aquellos años 60, que la comunidad gitana Europea eran claramente marginados, apartados y silenciados.

 

 

 

 

Poco antes de la Primavera de Praga Koudelka comenzó a mostrar los entresijos de la comunidad gitana de Praga. Unas vidas que plasmaría, también, en magníficos libros años después - su amigo y, también, editor Robert Delpire logró plasmar esta condición de viajero eterno en la colección Exilios. Aquello le costó que su nombre pasara a formar parte de una lista negra en la que si entrabas corrías muchísimo peligro.

 

   

 

 

Hasta tal punto fue su integración que aquellas comunidades con las que tenía trato, poco a poco comenzaron a invitarle a momentos más íntimos, más cercanos que así quedaron documentados con su cámara. Unas composiciones que en algún momento tienen algo de teatrales gracias a la pasada experiencia de Koudelka en el teatro de Praga.

 

En 1965 es invitado por el director del Divadlo za branou (Teatro tras el puente) a fotografiar espectáculos teatrales. Y junto a Marieta Luskacová emprende varios viajes por el este de Eslovaquia con el fin de fotografiar celebraciones religiosas.

En 1966 se publica el primer libro de fotografías de Koudelka, que recoge la serie de la obra de Alfred Jarry Ubu Rey, que había sido puesta en escena por Jan Grossman.

 

En 1967 decide abandonar su trabajo como ingeniero para dedicarse exclusivamente a la fotografía. En ese momento se inscribe en la Unión de Artistas Checoslovacos y recibe el premio anual de la asociación por “la originalidad y calidad de sus fotografías de teatro”. En el teatro en Praga, el Teatro Za Branou, y así, entre gente, tablas y decorados comenzó a experimentar con la acción dramática.

 

   

 

Expone por primera vez las fotografías de gitanos tomadas en 1961 y 1967 bajo el rótulo de Cikáni. Al año siguiente viaja a Rumanía para continuar su proyecto sobre estilo de vida de los gitanos y regresa a Praga un día antes de que comience la invasión de Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia. A lo largo de los días siguientes fotografía el enfrentamiento entre soviéticos y checoslovacos. Estas fotografías saldrán de Checoslovaquia en 1969 por mediación de Anna Fárová y serán distribuidas por la Agencia Magnum, entonces presidida por Elliott Erwitt, a las revistas y periódicos de mayor relevancia internacional (Look, The Sunday Times Magazine y Época) sin que se mencione el nombre de su autor para protegerle de posibles represalias. Este relato visual “de un fotógrafo checo” le valdrá el Premio Robert Capa del Overseas Press Club. Con estas pinceladas primeras parece claro que Josef Koudelka podríamos encajarlo entre el Fotoperiodismo y la Fotografía documental, aunque resulta complicado decirlo que un fotógrafo del cual se dice que nunca aceptó un encargo.

 

Hay veces que nos detenemos en varios aspectos de la obra de un autor cuando estamos analizando sus grandes aportaciones a la Historia de la Fotografía. En el caso de Josef Kouldelka, es imposible no detenerse, sentarse y admirar el trabajo que realizó aquella invasión del 68. Koudelka ha publicado más de una docena de libros de su obra, siendo de obligada lectura el más reciente, en 2008, sobre la invasión de Praga del '68 durante aquel mes de Agosto.

Aquel loco se subía encima de los tanques en medio del caos y era jaleado por la multitud cada vez que le intentaban confiscar su material, ayudándole la multitud a escabullirse de los soldados.

 

  

 

 

Recordemos muy brevemente. En plena guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la noche del 21 de agosto de 1968, tropas del Pacto de Varsovia, lideradas por el ejército soviético, invadieron la ciudad de Praga, terminando con el corto período de libertad política en Checoslovaquia, que fue conocido en el mundo con el nombre de Primavera de Praga. El resto del mundo calló ante tal suceso, como en tantos otros antes y tantos otros ahora. Pero un joven idealista quiso dejarnos constancia y documentar fielmente lo que pasó en aquella invasión. y lo hizo en un mundo en el que las comunicaciones no eran tan globales y no cruzaban el planeta en segundos como lo es hoy. Koudelka retrató un pueblo que se defendía con lo que tenía a mano. Con cualquier cosa. Como Josef Koudelka, el loco de la mirada salvaje.

 

Cuentan, que otro fotógrafo, de la agencia Magnum, Ian Berry caminaba un día por Praga con su Leicas ocultas bajo el abrigo, nervioso y asustado mirando en todas las direcciones. Para Berry, británico, el solo hecho de estar allí y tener dicha nacionalidad era como un suicidio perfectamente planeado. Apostado junto a las paredes y oculto entre las ruinas primeras de la invasión, Berry temblaba cada vez que necesitaba usar sus Leicas, porque había visto de primera mano como los soldados soviéticos disparaban a todo lo que consideraban sospechoso.

 

    

 

En una de estas ocasiones estaba, cuando vio un "loco" de "mirada salvaje" (según ha contado muchas veces, Ian Berry) con dos cuerdas colgadas al cuello de las que pendían dos antiguas cámaras Exakta. Aquel loco se subía encima de los tanques en medio del caos y era jaleado por la multitud cada vez que le intentaban confiscar su material, ayudándole la multitud a escabullirse de los soldados. Berry afirmó que aquel hombre era o el más idiota o el más valiente que había visto nunca. Aquel loco era Josef Koudelka.

 

"Cuando tomé aquellas imágenes no sabía las cosas que sé ahora. Digamos que trabajé impulsado por una suerte de necesidad"

 

 

Después del trabajo en el asedio a Praga, Koudelka cayó en desgracia. "Me quitaron el pasaporte y así estuve durante 16 años. Ahora que veo las imágenes de los refugiados sirios recuerdo aquellos días. Me he sentido muchas veces uno de ellos: sin papeles, sin destino... He vivido la misma mierda que ellos viven. Claro que los comprendo. Pero no voy a trabajar sobre ese asunto. Ya tengo 78 años. Ya he dado demasiados tumbos"

 

En 1970 abandona Checoslovaquia con un visado de tres meses para continuar fotografiando gitanos, en esta ocasión, en el oeste de Europa. Al caducar el visado decide no regresar a su país, convirtiéndose desde ese momento en apátrida. Hasta 1980, gracias al asilo político de Inglaterra, fija su residencia en Londres y se dedica a recorrer diversos países europeos fotografiando celebraciones populares, escenas cotidianas y gitanos.

 

En 1971, Elliott Erwitt le propone unirse a la cooperativa Mágnum Photos y Koudelka acepta ser miembro asociado. Es entonces cuando conoce a Henri Cartier-Bresson y al editor y fotógrafo Robert Delpire, con quienes mantendrá una relación muy cercana. Koudelka reconoce que trabajando con Robert Delpire aprendió de fotografía más que nunca en su vida y que éste es la persona que mejor conoce su obra, a lo que ayuda el hecho de que sea el editor de la mayor parte de los libros de Koudelka.

 

El Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York (MoMA) rinde homenaje al fotógrafo organizando una exposición individual con el título de Josef Koudelka. Y en ese mismo año, 1975, Robert Delpire publica en París el libro Gitans: la Fin du Voyage (Gitanos: el final del viaje), que recibirá el Premio Nadar tres años más tarde.

 

En 1980 abandona Inglaterra para instalarse en Francia, pero hasta el año 1987 no se nacionaliza francés.

 

En 1986 es invitado por la Mission Photografique de la DATAR a formar parte, junto a otros fotógrafos, de un proyecto cuyo objetivo es documentar la diversidad de paisajes, tanto urbanos como rurales, de Francia. Tras probar a hacer fotografías en París, Normandía y Bretaña, se decide por la región de Lorena, donde la reestructuración de la industria metalúrgica estaba produciendo grandes cambios en el terreno. Con esta experiencia comenzará a emplear sistemáticamente cámaras panorámicas, pues ya realizaba fotografía panorámicas desde 1958.

 

Hasta hoy en día, Josef Koudelka ha recibido prestigiosos galardones en reconocimiento a su labor, como el Premio Cartier-Bresson, la Medalla de la Royal Photographic Society o el Premio internacional de la Fundación Hasselblad y ha sido nombrado Caballero de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia.

 

A modo de curiosidad, desde 1986, ha trabajado con una cámara panorámica y publicado una recopilación de estas fotografías en su libro Caos en 1999. Ha ganado importantes premios como el Premio Nadar (1978), Premio Nacional de la Fotografía en EE.UU (1989), un Premio Cartier-Bresson (1991) o el Premio de la fundación Hasselblad Internacional de Fotografía (1992), entre otros muchos.

 

"Aún busco quién soy, pero hay demasiadas cosas de mí que aún no entiendo del todo". Pero, principalmente, es uno de los mejores fotógrafos europeos del último medio siglo. Lo suyo no es fotoperiodismo, igual que tampoco es fotografía artística. Lo suyo es suyo. Tiene esa mirada del que ha experimentado muchos inviernos en pleno verano. Y eso le ha dado una voz propia. Igual experimenta en el arranque de los 60 que fija con un realismo extraño el acontecer de la vida de los gitanos. O un paisaje de ruinas en Roma, en Libia, en Turquía, en Palmira, la devastada Palmira del Estado Islámico... "Lo primero que hice al escapar de Checoslovaquia fue venir a España. Aquí encontré un 'segundo' país. Un lugar en el que me sentía bien. Dormí demasiadas noches al raso. Vivía de milagro, pero disfruté sin rumbo. Durante 16 años dejé de mostrar fotos y me dediqué a viajar sin tregua. Así aprendí de la vida y del oficio".

 

 

 

 

La mirada incómoda a la Semana Santa: Josef Koudelka

 

 

 

 

Basuras de toda una madrugada, soledad de un amanecer, sillas recogidas de una noche que termina, público en retirada, prisas en el diputado de cruz de guía… No había poesía alguna en la impactante imagen que reflejaba, con el inicio del Cortejo de la hermandad de los Gitanos, una cara diferente de la Semana Santa de los años 70, aquella que no salía en la prensa, la que no se vendía en las postales, la que no se pregonaba en los atriles, la que no se analizaba en reuniones de un inexistente Cecop, la Semana Santa de la que no se hablaba en España pero que sí salía reflejada en una serie realizada para la prestigiosa agencia Magnum… La Semana Santa incómoda, retratada por un fotógrafo al que ya habían tildado de incómodo las autoridades de la Checoslovaquia de finales de los años 60: Josef Koudelka.

 

 

 

En su trabajo para la agencia Magnum realizó series por toda Europa, con viajes que le llevaron a España para reflejar fiestas de lugares olvidados y fiestas de renombre, como los sanfermines, el carnaval, la Feria de Abril o la Semana Santa. En 1973 publicó sus primeras fotos sobre la Semana Santa de Sevilla, serie en la que se incluía la desolada imagen de la Cruz de guía de la hermandad de los Gitanos en su paso por la Avenida, entonces de José Antonio. Era la España del tardofranquismo, una realidad compleja en blanco y negro que Koudelka interpretó mirando al público, a los rostros, a las miradas que miran… Hay en sus fotos una mirada infantil hacia lo infantil: niños de carne y hueso vestidos a la moda de los años setenta que dialogan con los niños de madera y alas de colores, niños de cuello vuelto, pantalón corto y peinado a la taza que lanzan las manos al aire buscando el caramelo que está por llegar, niños cernudianos de tiempos sin tiempo por los que parece no pasar el tiempo.

 

 

Ni el lugar. La ciudad en las fotos de Koudelka tiene mucho de la escenografía de los teatros checos que retrataba, muros impersonales, horizontes que nos sitúan en las escena, marcos que no son incomparables porque admiten pocas comparaciones, son la poesía seca y austera del que se conforma con el sentido de la vida que es un fluir: unos nazarenos que andan, un penitentes que esperan la procesión, nazarenos y niños que se cruzan, nazarenos que deambulan fuera de lugar, en calles irreconocibles, de otro mundo pero del mismo lugar.

 

Koudelka reflejó en sus reportajes fiestas de toda España con la mirada que podía haber empleado ante los tanques soviéticos en Praga, ante el moderno muro israelí de los asentamientos judíos o ante la pose de los gitanos rumanos en una fiesta familiar. Para la agencia Magnum realizó nuevas fotos de la Semana Santa de 1977, ausentes de nuevo los cortejos, las imágenes y la postal, las imágenes eran las de una democracia balbuceante, no hablaban los penitentes pero si los muros, no son fotos de cartel pero sí hay carteles que son un grito en la pared: pinturas que hablan de un tiempo de Transición en medio del silencio de cada una de las fotos. Nadie habla en sus fotos, el blanco y negro manda callar creando sensaciones de eternidad y de ausencia de tiempo que convierte a sus fotografías en intemporales. Quizás como la propia Semana Santa…

 

  

 

 

Del Reino Unido a Francia, de Asia a EEUU, siempre con la cámara en la mano, de los antiguos carretes a las cámaras panorámicas que gusta emplear en sus últimas series sobre el paisajes francés, sobre las ruinas griegas, sobre los muros de los campos de refugiados… Reconocido por numerosos premios, con libros reeditados y exposiciones en grandes museos, su mirada incansable se resume con sus propias palabras:

 

“Muchas de mis fotografías las hago sin mirar el objetivo, es como si no existiera la cámara y solo mi cerebro y mis ojos quisieran plasmar la imagen que estoy apreciando, pero llega un momento en que sin darme cuenta mi dedo realiza el disparo. Un acto sumamente mecánico pero lleno de intensidad”.

 

Una intensidad que supo transmitir en su mirada a la Semana Santa. Una mirada incómoda. Diferente. Desde el anonimato hacia el anonimato. Con aires de pervivencia en el tiempo. Un tiempo del mejor silencio.

 

 

 

 

Josef Koudelka: “Una buena foto es la que no puedes olvidar”

 

 

Legendaria figura de la historia de la fotografía en el siglo XX, el checo habla a fondo de su trayectoria con motivo de la retrospectiva que le dedica la Fundación Mapfre.

Una llamada en medio de la noche le despertó. Tal era la agitación de la voz al otro lado del teléfono que Josef Koudelka (Boskovice, actual República Checa, 1938) pensó que su amiga estaba borracha. Cuando comprendió lo que sucedía, agarró su cámara Exakta Varex y se tiró a disparar a las calles. Era agosto de 1968, y los tanques soviéticos ponían un violento fin a las reformas aperturistas que había emprendido Alexander Dubcek durante la Primavera de Praga.

 

Varias décadas después, el fotógrafo británico Ian Berry recordaba haber visto entonces a un joven temerario que disparaba cara a cara a los tanques, y a la multitud que se plantaba pacíficamente ante ellos. Berry pensó que se trataba de un loco o de un valiente. Y lo cierto es que parte de esa aura aún rodea la legendaria figura de Koudelka: el hombre que durante décadas se escondía bajo las iniciales P. P. (Prague photographer, fotógrafo de Praga), con las que fueron firmadas las instantáneas de aquel 1968 cuando finalmente fueron publicadas en Occidente; y el mismo que como exiliado se paseó por medio mundo con un salvoconducto británico que rezaba "nacionalidad dudosa" (nationality doubtful). La vida nómada que Koudelka eligió desde que abandonó Praga en 1970, su afición a dormir en el suelo —a menudo al raso— y su terca resistencia a aceptar encargos periodísticos o comerciales alimentan el mito de este auténtico romántico, que como escribió Henri Cartier-Bresson, "lo único que tiene es su talento, su cámara y su tozudez".

 

 

 

Pasaron varios meses hasta que aquellas imágenes de la invasión de Praga fueron revelándose. Eugene Ostroff, conservador de la Smithsonian Institution de Washing­ton, consiguió sacar del país unas cuantas copias aquel invierno y se las pasó a Elliott Erwitt, entonces presidente de Magnum. Más adelante convencieron al fotógrafo de que mandara los negativos, las fotos fueron distribuidas por esa agencia en 1969 y se publicaron aquel verano, al cumplirse el primer aniversario de la entrada de los tanques. Koudelka las vio en The Sunday Times Magazine unos meses después en un viaje a Londres y en 1970 abandonó definitivamente Checoslovaquia. Pasó las dos siguientes décadas vagando literalmente por el mundo. En 1971 se incorporó a Magnum, donde sus colegas le apodaron "san Josef" por su "pureza", según Erwitt. En los noventa plantó su base en Praga, pero todavía hoy mantiene una apretada agenda de viajes. Sigue disparando por los países de la cuenca mediterránea en un nuevo proyecto, Ruins, que presentará en París en 2017.

 

Agarró su cámara Exakta Varex y se tiró a disparar a las calles. Era agosto de 1968, y los tanques soviéticos invadían Praga

 

Casi medio siglo después, con el muro caído y Checoslovaquia escindida, la carga emocional de aquellas fotos de Praga se mantiene intacta. Ahí está el impetuoso joven que se abre la chaqueta y ofrece su pecho al soldado armado con una ametralladora montado en un tanque, y el tiempo detenido en un reloj de muñeca con una calle desierta al fondo —la imagen favorita de Bill Brandt por su "carácter surrealista"—. Un par de décadas después, ya instalado de vuelta en Praga recibió otra llamada: al otro lado del teléfono alguien le decía que su mano y su reloj eran los de la fotografía. Solo le creyó cuando su interlocutor le dijo que él a su vez tenía una foto de la muñeca y el reloj del propio  Koudelka. "No es importante si son rusos y checos, es un símbolo de las protestas de un pueblo que quiere libertad y otro que lo oprime. Yo escuchaba esos días la radio rusa y las noticias eran totalmente contrarias a lo estaba pasando; en las calles vi el milagro o la fuerza de la unión de un pueblo", reflexiona mientras pasea por las salas de la Fundación Mapfre, donde trabajaba la semana pasada en la instalación de una gran muestra retrospectiva.

 

  

 

Cabría pensar que aquella llamada en la madrugada de agosto de 1968 arrancó una de las historias más personales y míticas de la fotografía contemporánea, pero el idilio de Koudelka con la cámara y su inconfundible forma de ver y entender el mundo habían arrancado años antes. Como estudiante de ingeniería aeronáutica en los cincuenta se apuntó a un photoclub, empezó a frecuentar círculos artísticos y montó su primera exposición en 1961 en el vestíbulo de un teatro. Koudelka recortaba entonces sus imágenes para entrenar su ojo, las pegaba para crear panorámicas, experimentaba con el medio y publicaba su trabajo en Divadlo, revista vanguardista especializada en teatro. Trabajó con varias compañías disparando entre los actores que representaban obras de Ionesco, Beckett y Jarry; retrató un montaje de El rey Lear de Peter Brook. Finalmente, abandonó su trabajo como ingeniero y se entregó al proyecto de fotografiar a la comunidad gitana, algo que quizá vaticinaba su futuro nómada. Las portadas y los cuadernos de trabajo de aquella época forman parte de la exposición que llega a Madrid, tras su paso por Chicago y Los Ángeles.

 

El fotógrafo errante pasea recto y enérgico por la sala mientras sus fotos van saliendo de las cajas de embalaje. Viste una camisa militar, vaqueros y una gorra algo desvaída. Le acompaña su hija Lucina, que rueda material para un documental. Koudelka se maneja en seis idiomas, con una expresividad a prueba de acentos, y no renuncia a la exactitud de sus palabras. Desconfía del lenguaje, quizá algo que le quedó de aquella propaganda comunista que escuchó de pequeño, y rara vez concede entrevistas. "Uno tiene una serie limitada de cosas que decir y no me gusta repetirme", explica. La reiterada y paciente búsqueda "del máximo" —ese "dar lo más que puedas, tú, los actores, la situación"—y, una vez que esa meta se ha alcanzado, la no repetición son dos de los principios que han regido su trabajo, una obsesión que le mantiene alerta: ahí se encuentra la clave de sus cambios de objetivo, del gran angular a las cámaras panorámicas que hoy emplea, concretamente un modelo digital especialmente diseñado para él. Y ¿qué opina de la explosión fotográfica en el mundo contemporáneo? "Es algo positivo que la gente pueda visualizar, pero no creo que cualquiera que apriete el disparador sea un fotógrafo, como no es un escritor quien sabe firmar".

 

  

 

En 1971 se incorporó a Magnum, donde sus colegas le apodaron "san Josef" por su "pureza".

 

Según Elliott Erwitt:

De carcajada fácil y sensibilidad cercana, con una particular calidez eslava, el fotógrafo proyecta un aire de férrea resistencia: él no ceja en su empeño de seguir investigando, de plasmar su poesía, siempre a su manera, en blanco y negro. Sigue sin llevar teléfono —"una libertad"— y sigue rechazando propuestas, la última una invitación a participar en una colectiva en el Barbican —"me llaman Mr. No"—. Pero él resta importancia al aire romántico que rodea su trayectoria: "Dormir en el suelo no es una condición para tirar buenas fotos, duermes así porque haces un determinado tipo de foto; pasé años fotografiando a gente que tenía menos dinero que yo, pero vivían mejor. Era mi decisión, no he hecho sacrificios sino simplemente lo que quería hacer". ¿Aún duerme en la sede de Magnum en París, como cuenta la leyenda? Dice que sí, la última vez la semana pasada, y alega que es cómodo tener ahí mismo la oficina. Por si faltara alguna prueba, el catálogo de la exposición en Mapfre se abre con un mapa de las constelaciones que marcó a lo largo de 2010 en sus viajes.

 

 

Cuando accede a dar una entrevista, Koudelka se aplica a la tarea con meticulosa precisión y entrega. Esta charla se celebra a lo largo de tres días y en cada encuentro suma capas a la estampa. Uno de los lemas que le gusta repetir: lo que se hace con tiempo, el tiempo lo respeta.

PREGUNTA. Trabaja de forma exhaustiva la composición de sus libros. ¿Ocurre lo mismo con las exposiciones?

RESPUESTA. Hay que olvidarse del ego y trabajar con el espacio, cada lugar es distinto. He montado hasta cinco retrospectivas de mi obra, y esta es la primera que hago con un comisario, Matthew Witkovsky. Vi un catálogo de una exposición que él montó de fotografía centroeuropea de entreguerras y pensé, ¡al fin un americano que sabe algo de Europa! Le propuse colaborar en algo.

 

P. Ni encargos periodísticos, ni trabajos publicitarios, lo cierto es que siempre ha evitado trabajar con o para otros. ¿Qué tal le ha ido esta vez?

R. Una vez en el MOMA, John Szarkowski [director del departamento de fotografía durante 30 años] me dijo que el artista tiene un gran ego, pero que el comisario tiene uno aún mayor. Con un comisario tienes que aceptar que tiene ideas distintas, pueden ser buenas o malas, pero son suyas. Yo sabía que el trabajo de Witkovsky tenía calidad y he aprendido mucho. Si yo monto una exposición trato de usar las fotos para contar algo. Al comisario le interesaba más el propio medio fotográfico, los cambios, la evolución. Se van poniendo a prueba las ideas, como el orden cronológico y verificas que no funciona. Y tanto los comisarios como los coleccionistas se vuelven locos con las copias vintage, pero a veces estas no son las mejores reproducciones, aunque evidentemente tienen valor histórico.

 

Dormir en el suelo no es una condición para tirar buenas fotos, duermes así porque haces un determinado tipo de foto

 

P. ¿Y qué es una buena foto?

R. Me gustan muy pocas. Para mí se trata de una imagen que cuando la ves no la puedes olvidar, que permite que quienes la miren inventen diferentes historias, que los espectadores proyecten. No se trata de reportajes, sino de una única imagen que se te queda dentro. Tampoco creo que haya grandes fotógrafos sino grandes fotografías, que son un tipo de milagro, algo que ocurre muy pocas veces.

 

P. ¿Por eso se mantuvo lejos del foto­pe­rio­dismo?

R. Cuando le mostré mis fotos de los gitanos a Cartier-Bresson me dijo que tenía ojo de pintor, pero me advirtió que podía perderlo y que no debía ni tocar el fotoperiodismo. Él tuvo una enorme importancia, aunque no me influyó fotográficamente, me enseñó la ética de la vida y de la fotografía. Cuándo decir sí y no. Su libro El momento decisivo no era mi biblia, como les pasaba a otros. El propio Bresson me pidió que eligiera las que me gustaban y elaboré una lista que aún tengo guardada.

 

P. La pintura tuvo gran influencia en Cartier-Bresson. ¿También en su caso?

R. Él llegó a la fotografía a través de la pintura, y lo mío fue al contrario. Realmente descubrí la pintura en Granada, en 1971, cuando visité la capilla real y vi a los primitivos flamencos; Membling me pareció lo más. Luego descubrí a muchos otros pintores. Esta semana nada más llegar fui al Prado a ver El jardín de las delicias, uno de mis favoritos. El arte tiene que ver con la emoción y con nada más.

 

No creo que haya grandes fotógrafos sino grandes fotografías, que son un tipo de milagro

 

Koudelka habla con cariño de aquel primer viaje a España —la única vez que probó a disparar en color— y de sus muchos amigos españoles, entre otros el general Lister. Cuenta que este país fue el primero en el que se metió a fondo: en Barcelona tomó un curso de español, en Castellón durmió en una plaza junto a una fuente, y en sucesivos viajes por las fiestas populares coincidía siempre con Fernando Herráez, con quien trabó una gran amistad —"nos llamábamos peregrino número uno y peregrino número dos"—, y con Cristina García Rodero. Desde el principio tenía claro que no quería documentar las romerías. Algunas de aquellas fotos que tomó en España se incorporaron a su serie Exilios, resultado de su vida sin residencia fija durante 17 años. Koudelka reconoce que aunque hay algo que le atrae especialmente de España —"la gente disfruta de la vida y se da por hecho que hay que comportarse"—, Italia influyó más en su gusto. Se define como un producto de los países que ha visitado y la gente que ha conocido, pero sus raíces, afirma con determinación, son centroeuropeas.

 

El viaje es una pregunta constante, descubrir quién eres se vuelve más fácil, es una cuestión de higiene mental

 

Dicen que Centroeuropa es el lugar donde al pedir un café siempre te traen un vaso de agua, y Koudelka pide eso mismo en el Café Gijón. Cuenta que en un pueblo del sur de España es dónde encontró la música que más le emociona, la que le remite a aquella que escuchó de joven. También apunta que no descarta reunir sus fotos españolas en un libro. Pero por el momento ahora prefiere seguir volcado en nuevas fotos y nuevos viajes, no en el pasado. "Si siempre viajas no permites que la gente te encasille, al final acaban por aceptarte. Tienes que entender qué eres, qué puedes hacer y en qué eres mejor que los otros. El viaje es una pregunta constante, descubrir quién eres se vuelve más fácil, es una cuestión de higiene mental".

 

Hay una franca simplicidad en sus palabras cuando afirma que la falta de libertad política en la que creció iba acompañada de una falta de libertad para hacer dinero y que esto los empujó a hacer lo que de verdad deseaban hacer. Marchó al otro lado del telón de acero, pero aplicó un principio de libertad que desbordó los márgenes. "El exilio te destruye, pero si no es así te hace más fuerte. Te llevas dos regalos. El primero es que debes construir tu vida completamente de nuevo, y el segundo es que si tienes oportunidad de regresar a tu país los ves con ojos distintos", dice, recordando el prólogo que Vaclav Havel hizo a su libro.

 

P. ¿Cómo empezó su proyecto de los gitanos? ¿Fue un gesto de disidencia política?

R. En mi pueblo no había ni gitanos ni judíos, llegué a ellos a través de la música folclórica y creo que fue la música lo que me hizo seguir. Empecé a fotografiarlos y también usaba una grabadora, veían mi interés. Pero mi trabajo no era documental, los gitanos no son solo como se ven en mis fotos, esa es mi proyección. Lo que sí tenía claro es que no quería perjudicarlos. Ellos no estaban en el sistema, pero tampoco en la lucha por la libertad, peleaban por sobrevivir. ¡No imaginas la cantidad de animales en mal estado que comí! Ahora no podría hacer esas fotos, pero entonces tampoco podía hacer lo que hago ahora.

 

P. Ya no hay gente en sus fotos.

R. Nunca he hecho foto de “gente”, sino de aquellos que tenían que ver conmigo. Creo que lo más importante es hacer fotos y no preocuparme del pasado. Quiero mantener una coherencia, continuar cuan lejos pueda ir, hasta el fin.

 

Koudelka ha terminado su café y su agua. Antes de concluir esta tercera cita muestra, con cierto orgullo y a modo de confidencia, el calendario que se expande por dos folios y está minuciosamente ordenado por colores y anotado a mano. Allí tiene planificados sus viajes en los próximos meses. Lo guarda en su bolsa de tela, cierra la cremallera y enfila calle arriba.

 

Josef Koudelka. Fundación Mapfre. Madrid. Hasta el 29 de noviembre. El 19 de noviembre Koudelka ofrecerá una charla abierta al público a las 19.30.

 

 

 

Fuentes:

http://www.cadadiaunfotografo.com/2010/01/joseph-koudelka.html

http://www.elmundo.es/cultura/2015/09/10/55f17addca4741a4458b4587.html  Autor:Antonio Lucas

http://sientateyobserva.com/2011/11/07/entrevista-a-josef-koudelka/

http://www.20minutos.es/noticia/2297730/0/josef-koudelfa/fotografia/exilio-apatridas/

http://sevilla.abc.es/pasionensevilla/actualidad/noticias/la-mirada-incomoda-a-la-semana-santa-josef-koudelka-80409-1436777111.html  Autor: Manuel Jesús Roldán

http://www.xatakafoto.com/fotografos/josef-koudelka-el-fotografo-que-nunca-acepto-un-encargo

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/10/babelia/1441906366_961615.html

http://www.elmundo.es/cultura/2015/09/10/55f17addca4741a4458b4587.html

 

Para saber más:

http://www.nnfotografos.com/entrevistas/item/251-10-lecciones-que-josef-koudelka-me-ha-ense%C3%B1ado-acerca-de-fotograf%C3%ADa-de-la-calle

https://es.wikipedia.org/wiki/Josef_Koudelka

https://es-es.facebook.com/media/set/?set=a.10150671040144912.397710.66122744911&type=3

http://www.magnumphotos.com/C.aspx?VP3=CMS3&VF=MAGO31_10_VForm&ERID=24KL535C7T

http://www.rtve.es/noticias/20150911/josef-koudelka-fotografia-sin-patria/1216728.shtml

 

Vídeos:

https://www.youtube.com/watch?v=a3a7A9Rtiuk

Una vez más....gracias por el reportaje Jose.....Y por este más aún....porque estas son el tipo de fotos, y la actitud de fotógrafo, con las que mas disfruto.....Un flipe este tío y sus fotos más aún....

Genial...

Gracias por este fantastico resumen de un gran fotógrafo.